lunes, 12 de octubre de 2009

Perdido en mí libertad

Tengo la impresión de que en poco tiempo he escrito demasiado sobre y a pesar de ello hoy vuelvo a hacerlo.
Veo que últimamente, vete tu a saber, si por la luna, por aquello de una mala racha o llamémosle equis, la falta de emoción, motivación o entusiasmo, es demasiado recurrente.
Pero es falta de emoción, motivación o entusiasmo, ¿para qué? Ninguna obligación tengo, luego, y me sigo preguntando, ¿para qué?
El resto de los mortales tiene una serie de obligaciones impuestas, que para nada las deseo, pero la falta total de las mismas siempre he tenido claro que no es bueno, incluso en mi depresión, intente imponérmelas. Lo que para otros seria una nimiedad, como el lavarse los dientes, para mi representaba no ya un gran esfuerzo, sino un rechazo. ¿Para qué?, si lo que quiero es morirme.
Hace muchísimo tiempo que a nadie le he escuchado hablar de la ley del mínimo esfuerzo, tan utilizada en mis tiempos de bachiller (la verdad es que no se como coño se llama ahora con tanto cambio de los planes de estudio), ley que debía de estar de completa actualidad, porque el mínimo esfuerzo supone un ahorro de energía y por mucho que diga lo contrario Bjørn Lomborg, no estamos sobrados de ella.
Sigo con algunas obligaciones: escribir mi diario, prepararme el desayuno [no lo hago por hambre (no se lo que es eso)], ver el cambio de divisas, y pocas mas. Normalmente un baño en la piscina y la eterna pregunta ¿Qué hago hoy? Voy a ir al arbolito, o a aquella playa tan preciosa que estuve con mis hijos, a bucear a la Isla del Cementerio o a conocer Playa Coyote, que al estar en época de lluvias supone una buena aventura, son algunas de las respuestas que me doy.
Ley del mínimo esfuerzo acompañado de unos buenos pretextos: son sitios demasiado solitarios, si se me avería el carro no tengo ni un puñetero celular para pedir ayuda, bucear sin compañía por estos lares es extremadamente peligroso, si me encuentro con una crecida (lengua de agua o algo por el estilo le llaman por aquí) al cruzar, el río me arrastra hasta el Pacífico…, y termino dando una vuelta por los alrededores, llegándome al río cercano y continuar paseo por la playa, o llegarme a Cóbano sin ninguna finalidad y cuando me doy cuenta Betty me ha traído el almuerzo, a cumplir con el tramite de la comida, y a echarme la siesta.
Cuando estuvieron mis hijos, no hacia falta programar nada, nos levantábamos e improvisábamos sobre la marcha. No hubo día que saliéramos desilusionados y su tiempo de estancia se me hizo cortísimo.
Necesito más actividad. No solo me la pide el cuerpo, sino la mente.
La bahía se me hace pequeña.
Conclusión: Hecho en falta a alguien junto a mi, pero tampoco me voy a repetir en esto, aunque si estoy seguro que ese alguien no es precisamente mi amigo Javier, ni ninguno de su sexo. Sueño que nos faltaría día.

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