Árbol y Belén con el que me han obsequiado mi hija y mi nieto.
Ya he teorizado lo suficiente, sobre el tema de
Jesucristo y de las circunstancias que rodearon su
nacimiento, como para volver a hacerlo en estas fechas en las que se espera de nosotros seamos muy buenos. Como diría un buen cristiano, cada uno con sus creencias y Dios en las de todos, así que lo que aquí voy, es a desear paz al mundo (Y ¡ahí es nada, lo que pido!) y que los mas beneficiados, dediquemos un solo minuto a pensar en los menos agraciados que, por muy diversas circunstancias, ni las pueden celebrar. De lo que eran estas fiestas y de lo que son hoy en día y como es lógico me refiero a España y a lo más cercano de mi entorno, me están viniendo recuerdos y haciéndome meditar.
Los primeros recuerdos que conservo: España había salido de su triste guerra civil y los años que le siguieron fueron de escasez de todo y en especial de alimentos, tan es así que a estos años, se les llamo los años del hambre. Relativamente cerca de donde vivíamos había un barranco y en cuevas escavadas sobre sus laderas, un asentamiento de gitanos y a estos los menciono, porque no se si debido a que fueran muy devotos, o a que por estas fechas apretaba el frío, un mes antes encendían hogueras y no paraban de cantar villancicos; me dormía al son de los mismos, marcado por unas estruendosas zambombas.
La escasez era de todo y mi padre que era el jefe de una fabrica azucarera, en la que también había una alcoholera, en el laboratorio preparaba garrafas enteras de bebidas; coñac, anís y toda clase de licores. Yo le ayudaba y lo veía con sus esencias, jarabes y demás potingues, como las elaboraba.
Llegada la fecha señalada, mientras se preparaban en abundancia las viandas que habían escaseado durante todo el año, aunque en mi casa gracias a la posición de mi padre nunca la padecimos, toda la familia y cuando digo toda la familia es que era toda, ya íbamos cantando los villancicos, y los niños que en esa noche, los mayores hacían la vista gorda, bebíamos, y los efluvios alcohólicos, nos transportaban a un mundo en el que perdíamos la vergüenza para cantar, reír y tocar la citada zambomba, las carrasquiñas, instrumento que hacíamos nosotros mismos, la pandereta y una botella de anís vacía, con unas protuberancias en forma de rombos contra la que se restregaba un tenedor o un cuchillo. Cierto es que nadie se sabia la letra de un villancico completa, pero es lo que menos importaba, repetíamos una y otra vez los estribillos.
En la cena, aparte de abundante, siempre había algún extra y en especial a los postres, los mantecados y los turrones. La puerta de la casa permanecía abierta y conforme los vecinos iban acabando la suya, iban apareciendo, entre otras cosas porque, sabían que las bebidas, no escasearían. Recuerdo cada vez que llegaban, nos fundíamos en felicitaciones, besos y abrazos, como si hiciera años que no nos hubiéramos visto. No he mencionado que habíamos preparado, un Belén con sus figuras y que habíamos encendido la chimenea, junto a la cual, seguían los cantares, los mantecados y en especial las bebidas que corrían hasta no ser pocas las vomiteras, en especial de los críos. La fiesta se prolongaba hasta el amanecer en el que todos caíamos rendidos.
Este ambiente de fiesta se prolongaba durante los días posteriores; el aguinaldo, con el que la chiquillada poníamos en verdaderos aprietos a nuestros familiares, puesto que el dinero tampoco abundaba; día de los inocentes, en el que pocos se libraban de llevar un muñeco de papel colgado de la espalda y por fin el día de Noche Vieja. Muchas familias, aunque no la nuestra, después de la cena, por supuesto, también opípara, iban a la misa del gallo y ya se fueron abriendo locales en los que acudían los vecinos del pueblo, y en los que los mayores bailaban y los críos lo pasábamos como enanos tirando serpentinas y confetis y soplando en unas estruendosas trompetas.
El final era el día de reyes. Para mi era un día agridulce, por una parte era el único día del año en que los niños recibíamos juguetes; nos hacían acostarnos temprano, pero bastante antes de que amaneciera, ya estábamos despiertos, callejeando y presumiendo delante de tus amigos de que el tuyo era el mejor. Cuando me echaron mi primera bicicleta, notaba como mis amigos me miraban con verdadera envidia; era un regalo demasiado caro para que sus padres pudieran costeárselo, y como decía agridulce puesto que al día siguiente volvíamos a clase y yo desde siempre he sido un solitario y me gustaban los espacios abiertos, los estudios no eran lo mio.
¿Cómo las veo ahora? La familia ya no existe, y lo que queda de ella, por unas causas u otras están separadas; nada que decir de los amigos o aquellos vecinos con los que podías contar para todo; los abuelos están en un asilo (Eufemísticamente lo llaman residencia). Si haces ruido a partir de las doce de la noche, lo mas probable es que el del 5º C, un amargado de la colmena en que vives, te denuncie a la policía por pasarte de decibelios; el hacerle un regalo a un niño es un verdadero problema puesto que están recibiendo juguetes durante todo el año, y para mas INRI, la sociedad de consumo nos ha incorporado a papa Noel; comida estúpida de empresa y desplazamientos a otros lugares lejos de tu residencia habitual, con unas caravanas enormes de vehículos y una siniestrabilidad por accidentes que se dispara por estas fechas. En las televisiones, se prodigan programas para recoger dinero para los niños desvalidos de otras latitudes, en los cooperan muchos ciudadanos, para lavar sus conciencias. Lo dicho en el encabezamiento de este escrito, ¡Que seáis muy felices!
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