viernes, 13 de marzo de 2009

Viaje de Diego a Canadá y el triste final de su amigo Yocsan

Lo tenía todo preparado para escribir sobre los motores marinos de última generación, pero circunstancias mandan, y he decidido darle carpetazo a la historia de Diego.
La última vez que lo vi fue anteayer, junto a su nuevo patrón, Bernard, canadiense él; se sentaron a mi mesa. Cada uno a su manera me contaron sus proyectos, aunque yo hice lo posible por extraerle todo lo posible al canadiense que al fin y al cabo era el que iba a decidir el futuro del primero.
Leer el resto Unos días antes había recalado a la bahía un velero canadiense con una roldana del palo mayor rota, en él venia como único tripulante el citado canadiense y para su reparación necesitaba ayuda y que contactara con Diego, a mi en nada me sorprendió, ya he mencionado en anteriores escritos sus artes de buscavidas. Quitaron la roldana sin posible reparación, y mientras buscaron una nueva haciendo desplazamientos a una ciudad cercana, entablaron amistad, y esta vez hizo de escudero del norteamericano, haciéndole de guía, aprovisionándolo de víveres y de agua e incluso dormía en la embarcación. Entre otras cosas le había encargado que le buscara una uila para desahogar sus instintos primarios, pero Diego aquí falló.
Bernard, de Quebec él, y por tanto de habla francesa se defiende bastante bien en español, aunque con los ticos le era casi imposible comunicarse, conmigo si lo hizo bastante bien. Iba a estar un mes navegando por Costa Rica y carecía hasta de timón automático, por lo que se lo llevaba de tripulante, aunque a mi pregunta del por qué no le hacía ningún tipo de documentación, me dijo que si en algún lugar se la pedían, diría que era pasajero. No me quedo muy claro pero tampoco iba a hacer de policía. Cuando acabaran su navegación por Costa Rica, desde el ultimo puerto del norte del Pacifico, viajarían a San José a sacarle el pasaporte y recoger un contrato de trabajo que por internet le había pedido a un amigo, necesario para llevárselo a su país. En Canadá Diego trabajaría recogiendo uva, cuatro horas diarias de lunes a viernes a razón de ocho dólares canadienses la hora. Diego ya se veía volviendo con lo que para él seria una fortuna.
Cuando insistí el por qué el pasaporte en vez de hacérselo al final, no lo hacían ahora, mientras avituallaban el barco, creí observar evasivas por parte del canadiense, por lo que no me quede tranquilo.
Diego que llevaba tres días sin probar una gota de alcohol, se lo había prohibido Bernard a pesar de que él le daba a la marihuana, escuchaba porque como buen lince él tampoco veía la cosa clara y en un momento que se fue su patrón a la orilla del mar a fumarse su buen purito, se desahogo conmigo. Sentía mucho dejarme, se había tomado bastante en serio lo de ser mi escudero, pero con todo lo que mas sintió es que no quisiera tomarle el numero de teléfono de su hermana para que se viniera a vivir conmigo; pensé que era una forma de recompensarme, pero no, comprendí que su idea era sacar a su hermana del mae que no le daba amor y que según él estaba seguro yo le daría.
Quedamos en vernos ayer, cosa que no ocurrió y hoy al llegar a mi playa, han sido varios los que me han dicho que zarparon esta mañana.
¡Suerte, Diego!
Le pedí a Bernard su correo electrónico y le di el mío, casi exigiéndole que me diera noticias de Diego. Esperemos que no sea el final de la historia.

Aquí acabaría si no hubiera un implicado con un final triste de la suya, su amigo Yocsan. Yocsan bastante tímido, al contrario que Diego, es la primera vez que salía de San José, arrastrado por Diego que si lo había hecho muchas veces. Se conocen desde los siete años (ambos andan por los veintipocos) y en la salida se habían prometido que solo cogerían trabajo donde se lo dieran a los dos.
Hoy ha venido a buscarme y delante de la manada de borrachuzos que me rodeaban aparentaba buen humor, pero ha sido venirme y me ha acompañado contándome que aunque le desea la mejor de las suertes a su amigo le ha dolido que ni siquiera se haya despedido formalmente de él, ni le haya contado sus proyectos. Le he investigado sobre su vida, y aunque en un barrio mejor que el de Diego, vive su madre que trabaja haciendo tareas en casa ajenas y que con ella viven dos hermanas de veintiséis y veintitrés años y como no podía ser menos, cada una con un hijo y sin marido.
Le aconsejo que se vuelva a San José y me dice que el trabajo allí no esta fácil, pero ante todo y bajo mi punto de vista, le duele volver sin nada. Le había prometido a la madre que por semana santa, fecha en la que murió su padre la llevaría a ver su tumba, pagándole él el desplazamiento al lugar, lejano, de la misma. El no poder cumplir esto le duele, aunque conserva las esperanzas de poder hacerlo.
Al decirle que posiblemente sepa de Diego por correo electrónico y que incluso me pueda comunicar con él, me ha encargado que si lo consigo no deje de decirle que en diciembre lo esperará en su casa.
Cruza la carretera y se dirige a recoger el trasmallo que calo esta tarde. Mal esta la pesca ahora.
¡Suerte, Yocsan!
Me da la impresión que me toca tener otro escudero.


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