Me ha tocado ser jefe de la manada
Aunque bajo ningún concepto quiero mantener esta jerarquía, las circunstancias me han obligado a serlo y la verdad es que parece que tengo dotes de mando para ejercer esa función.
En mi encierro, normalmente estoy acompañado por mi perra Penca (Raza indeterminada) y por mi perro Fideo (Típico perro vagabundo). Matriarcado ejercido por Penca sin ningún problema, pero la manada ha aumentado por causas ajenas a mi y he tenido que intervenir, porque los nuevos miembros los veía peligrar.
La primera en agregarse, una pobre perrilla yoshire, abandonada por sus dueños, que mi hijo se la encontró en el campo, más muerta que viva, por lo que la trajo con idea de recuperarla. Mi hija ha ido con los suyos de viaje, y me han dejado a Danca, perra rottweiler. Las diferencias entre la Penca y la Danca, para mi no son ninguna novedad, puesto que ya se han jugado la jefatura varias veces y siempre ha salido malparada la pobre Danca, ha habido sangre de por medio, y una de las veces peligró una de sus orejas. Ya ha aceptado su papel de dominada y excepto cuando su dueño esta delante, que hace amagos de provocar a la Penca, ahora que se encuentra sola, ha optado por separarse del grupo y venir cuando le aprieta el hambre y aquí empiezan los problemas. Le pongo su comida aparte, pero la puñetera Penca, hace guardia junto a ella y ni por asomos deja que se acerque; cuando lo intenta, gruñidos de aviso por lo que la otra con el rabo entre las piernas, se aleja con sus ganas de comer reprimidas. No comprendo que se pueda pasar horas pendiente de que la Danca no coma. No habría intervenido, porque sabia que su guardia no iba a ser eterna, momento que aprovecharía la hambrienta para saciar su apetito.
La perrilla, cuando la trajo mi hijo, le dimos de beber poco a poco, fue tomando alimentos, pero estaba tan débil que ha sido mas de un día lo que ha tardado en recuperarse, y cuando ha estado con fuerzas lo primero que ha hecho, es esconderse no ya solo de los de sus congéneres, sino también de mi, por lo que sospecho que fue maltratada por sus antiguos dueños. También era cuestión de tiempo que el hambre la trajera hasta mi, puesto que yo fui el primero que le dio de comer.
Anteanoche, ya tarde, me puse a ver la televisión, puerta de la calle abierta, cuando escucho unos ladridos de dolor de la pobre perrilla, que iban disminuyendo mientras se alejaba. Temí por ella porque hace tan poco bulto que la Penca de un solo mordisco la puede triturar, por lo que salí, y sin pegarle, es tal la cara de fiera que le puse y los gritos que le di que termino poniéndose boca arriba en señal de sumisión y luego vino tras de mi con el rabo entre las piernas como pidiéndome perdón.
Aunque no ha terminado de aceptar que ella no sea la matriarca, ahora le pongo la comida a la Danca y deja que se la coma, aunque me mira a mí y me transmite con claridad, que la deja porque estoy yo delante. A la pequeña, le tengo que echar la comida en la mano, y cuando termino, agradecida, me acompaña hasta dentro de la casa, eso si, con una mirada de cabreo de la Penca, que no soporta que yo reparta mis caricias y menos que entre en mi territorio.
Como en su día dije, creo que los matriarcados son peligrosos.
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