sábado, 19 de abril de 2008

Vivir en la autosuficiencia. Bonita experiencia

Cortijada en ruinas
El tiempo sigue más desapacible que si estuviéramos en otoño. Viento fuerte y racheado, llueve cuando se le apetece y de vez en cuando el sol deja ver algunos rayos como para recordarnos que esta ahí pero que nos fastidiemos. La verdad es que con este tiempo cualquier persona esta deprimida, por lo que a mi ya me deja hundido. Esta mañana me encuentro bastante triste y la verdad es que motivos que yo sepa no tengo o al menos en nada estoy pensando que me haga estarlo. Precisamente esta mañana me he despertado haciéndolo en Guardajamas, caprichos de las neuronas, y no se me va de la cabeza, pero precisamente este recuerdo que tantos momentos agradables me trae, me debía animar, pero no, los cables se cruzan y me quedan dos soluciones para desliarlos, irme a la cama, o intentar pelearme con esta máquina, para ver si se diluyen los malos pensamientos. Voy a intentar la segunda.

No podría decir que edad tenia, pero no se el por qué me viene a la cabeza, que fue al poco tiempo de pasar de los pantalones cortos a los largos. Mi padre había mandado hacer un artilugio, que me intrigo y cuando pregunte me dijeron que era una turbina para castrar (No me he equivocado, decían castrar) colmenas. Preguntar y verme subido en un mulo camino de no sabia bien a donde, fue una. Al parecer el que se la había encargado a mi padre, era un pariente lejano suyo y lo había convencido para llevarme con él. Ya encontrarme sobre aquel animal tan alto y tan lento me hacia sentirme acomplejado; echaba de menos el Ford de mi padre y mi bicicleta, pero atrás fueron quedando los complejos y los pueblos de Lobres, Molvizar, Itrabo y Lentejí. Camino de bestias, en el que de poco me hubiera valido mi Orbea, que no paraba de subir y transcurría entre pinares y unos paisajes preciosos. Todo el día de viaje, hasta que por fin llegamos a una cortijada, Guardajamas. Estoy convencido de que aquella vivienda había sido construida por los musulmanes. Una serie de habitáculos sin orden ni concierto, en el que no se sabia, donde acababa la vivienda de uno y empezaba la de otro (Eran varias familias, todas emparentadas las que vivían allí), ni tampoco se sabia muy bien lo que eran corrales para animales o habitaciones para personas.
¿Cómo era posible vivir tan aislados de algo que se pareciera a la civilización? Pues se podía y además eran autosuficientes, y no solo eso, sino que formaban una comunidad perfecta. Que yo recuerde allí no había jefe, sin embargo cada cual hacia un cometido, que creo había llegado a él por selección natural. También es verdad que había trabajos comunitarios como la siega del trigo (Estuve un verano y un invierno así que puedo mencionar labores de ambas estaciones), pero había uno que sacaba a las ovejas, otro a las cabras, otras labores del campo o castraban las colmenas. Sin que nadie me mandara hacer nada, me fui introduciendo en la comunidad, y lo mismo segaba trigo, me subía en la trilla, que aventaba el grano en la era o ayudaba en las colmenas ahumando a los pobres bichos para que no picaran mientras les quitábamos aquella miel que olía a flores.
El pan se hacia en un horno árabe una vez a la semana, y aparte de lo rico que salía, duraba ese tiempo sin que se pusiera duro. Solo se cazaba para comer, piezas como conejos para el consumo diario y cabras monteses para conservarlas en horzas con manteca; no son pocos los cepos que coloque, aunque me los saltaban las víboras, por lo que no es mucho lo que aportaba. No hace falta decir, que ni había energía eléctrica y por consiguiente ningún electrodoméstico que de ella dependiera. El alumbrado mediante candiles de aceite, el agua con cantaros de una fuente de bastante caudal en la misma puerta del cortijo. El tabaco se lo sembraban ellos mismos y por la cusa que fuese uno salía mas fuerte que otro, por lo que se lo intercambiaban y hacían la mezcla adecuada al sabor de cada uno. Ya hacia mis primeros pinitos fumando así que no me quedo más remedio que aprender a liar cigarrillos aparte de hacer del que puede fuera mi primer ligue para que una niña de mi edad le cogiera tabaco a su padre para dármelo a mí.
Tenían guitarra, bandurria y laúd, que todos sabían tocar por lo que cuando menos te los esperabas se formaba un baile. Los que tocaban no podían bailar, por lo que me dejaban cualquiera de los instrumento y me imagino que en vez de sacarles música los aporrearía.
Persiguiendo a una montés, me perdí en una espesa niebla, y tuve la sangre fría de fabricarme mi primera brújula con la que conseguí volver, aunque las piernas me sangraban de las aulagas.
Son muchos los recuerdos que guardo y todos ellos como si de una aventura de película se tratara. Son pasajes de mi vida que no se repetirán ni para mí ni para nadie puesto que esas islas de felicidad desaparecieron por completo.
Cierro los ojos y veo algo similar en Centroamérica pero con playas de roquedo y aguas transparentes.
He hecho bien en no acostarme, he conseguido hacer volar a mi imaginación.

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